Por Luis Daniel Perrone.
El 27 de septiembre de 1820, desde Angostura (hoy ciudad Bolívar), el doctor Juan Germán Roscio redactaba una carta al General Francisco de Paula Santander, inserta en el tomo III de sus Obras Completas, en la que lamentaba la poca preocupación que tenían los independentistas por combatir las ideas que nutrían la causa monárquica:
“Yo”, decía, “aunque de los más serviles en la antigua administración española, cuando me desengañé, conocí también que nuestro mayor enemigo era la ignorancia, y el apego que ella había inspirado a los hierros de la esclavitud. Me dediqué muy temprano, aunque con poco fruto, a la táctica del desengaño; y todavía me atrevo a decir que he sido solo en esta empresa, cuya importancia ha sido mejor conocida por los enemigos que por nosotros mismos”.
Era la confesión de la soledad padecida por quien había dedicado una década a hacer lo que sentía que estaba mejor capacitado para hacer: escribir, escribir y escribir, a favor de la causa que amaba.
Arquitectos de un país:
El presente artículo de investigación forma parte de un proyecto llamado Arquitectos de un país de Trama University en colaboración con historiadores y otros profesionales venezolanos relevantes quienes con la rugurosidad de su trabajo resaltan el objetivo principal de este proyecto:
Recuperar y difundir trayectorias, impactos y presencias de todos aquellos personajes de nuestra historia que, sin empuñar un arma y desde su condición de civiles y ciudadanos, han sido protagonistas en la creación de la vida republicana, en la formación de la nacionalidad, en la formulación y desarrollo de la modernización y en la construcción de la cultura y la institucionalidad democrática.
El más eminente autor de textos políticos de la independencia venezolana había visto la luz por primera vez un 27 de mayo de 1763 en San Francisco de Tiznados, localidad llanera de la provincia de Caracas. Su padre, el milanés Cristóbal Roscio, y su madre, Paula María Nieves, una mestiza de La Victoria, se preocuparon desde muy temprano por la educación de su hijo. Muy joven se mudó a la capital donde completó su formación académica en la Universidad de Caracas, obteniendo los más altos grados en Leyes y Cánones.
Durante su carrera profesional como profesor universitario y abogado demostró que la fama conseguida como buen estudiante no era casualidad. Contó con la confianza de las autoridades de la Capitanía para ocuparse de asuntos escabrosos, como la persecución de los implicados en la Conspiración de Gual y España, y el enjuiciamiento de los hombres que acompañaron a Francisco de Miranda en su primera expedición de 1806. Años después, como queda asentado en el estudio de Nydia Ruiz, se arrepentiría del papel que había ejercido en defensa de la monarquía española.
Al mismo tiempo, Roscio escandalizaba a los sectores más conservadores de la sociedad por su irreverencia. Así lo prueban las reacciones que suscitaron los alegatos que fabricó tanto en 1797, cuando defendió en un juicio a Isabel María Páez, a quien no se le permitía el uso de alfombra en la iglesia del Pao, como en 1798 cuando se le negó la entrada al Colegio de Abogados por no tener “limpieza de sangre” ya que su madre era mestiza.
En una demostración de excepcional habilidad e inteligencia, para ambos casos construyó discursos en los que combinó sus conocimientos jurídicos y de teoría política, llegando a mezclar puntos tratados en las leyes españolas con las aserciones del ilustrado portugués Luis Antonio de Verney, conocido entonces como el “Barbadiño”, a fin de poner en tela de juicio las creencias sobre la condición de nobleza que, según los “mantuanos” y otros personajes, debían gozar los blancos exclusivamente.
La facilidad para elaborar argumentaciones bien fundadas y persuasivas habría de caracterizar a Roscio durante toda su etapa como revolucionario desde el mismo 19 de abril de 1810, día en que le fue encomendada la redacción del acta de conformación de la Junta Suprema. Inmediatamente, pasó a ocupar un cargo delicado y de altísima responsabilidad en el nuevo gobierno, como lo era la Secretaría de Estado y Relaciones Exteriores. Desde ella le correspondió coordinar las diversas misiones diplomáticas que se enviaron al extranjero, y enfrentar el descontento y las sublevaciones de quienes repudiaban el nuevo orden de cosas. También, en el desempeño de sus funciones, concibió el reglamento que rigió las elecciones al congreso de Venezuela, documento que resalta entre todos los hispanoamericanos por su originalidad y atrevimiento, ya que permitió que votaran, aunque de una forma estrictamente regulada, los blancos pobres, negros libres, “pardos” e indios, reglamento cuya importancia está analizada en el libro de Carole Leal.
Roscio también se encargó durante un tiempo de la edición y redacción principal del periódico oficial del gobierno, la Gazeta de Caracas. Llenó sus páginas de informaciones y disertaciones dirigidas a moldear la opinión pública, primero a favor de la Junta Conservadora de los Derechos de Fernando VII, y luego a favor de la independencia, la república y la federación. En este medio llevó a cabo una incansable labor de enseñanza.
En marzo de 1811 asumió la diputación para la que había sido elegido en el congreso. Sacó el máximo provecho de su curul, pronunciando largos y eruditos discursos acerca de diversos temas en las sesiones que se celebraron. Uno de sus momentos estelares fue la exposición de ciertas dudas con respecto a declarar la Independencia tan pronto entre el 3 y el 5 de julio del mismo año porque, entre otras cosas, estimaba que el pueblo no estaba suficientemente preparado para recibir con gusto esa noticia. Esto animó un debate en el cual Francisco de Miranda y Francisco Javier Yanes, sobre todo, buscaron refutar su posición. Al declararse la Independencia ya no importó lo que hubiese dicho Roscio: los diputados en el congreso lo autorizaron, junto con Francisco Isnardi, para hacer el acta, la que presentó dos días después para su aprobación.
La “táctica del desengaño”, citada en la carta a Santander de 1820, fue la obsesión que absorbió la vida política de Roscio. En esa línea el Patriotismo de Nirgua y abuso de los reyes, impreso en septiembre de 1811, fue su primera gran contribución a la pugna por refutar las teorías del derecho divino de los reyes. En dicho texto aseveraba que “muchos ignorantes” pensaban “que el vivir sin rey es un pecado; y este pensamiento fomentado por los tiranos y sus aduladores, se ha hecho tan común, que para definir el vulgo a un hombre malvado, suele decir que vive sin rey y sin ley. Sin ley, es verdad, nadie puede vivir…pero sin rey cualquiera puede y debe vivir, porque es un gobierno pésimo…”.
Aunque fue elegido subsecuentemente para otros cargos relevantes, como ser suplente en el Triunvirato del Poder Ejecutivo en 1812, el desmoronamiento de la “Primera República” (1810-1812) fue un trago muy amargo para Roscio. Fue arrestado y enviado a España para ser procesado, iniciando un mortificante periplo durante el cual recorrió Cádiz, Ceuta y Gibraltar, hasta ser liberado en 1815. Sin embargo, las pistas apuntan a que durante su prolongada reclusión Roscio fue capaz de escribir una buena porción de su obra magna, El triunfo de la libertad sobre el despotismo, ofreciendo en ella un análisis pormenorizado de cada uno de los pasajes de la Biblia que eran usufructuados por los partidarios del absolutismo monárquico, con la finalidad de aclarar que ningún fragmento de las Sagradas Escrituras aprobaba la tiranía, habiendo varios que, en cambio, favorecían la creación de gobiernos legales como la república, la monarquía constitucional, y hasta la aristocracia, siempre y cuando fueran constituidos y administrados de acuerdo con la soberanía popular, respetaran la división y equilibrio de poderes, y tuvieran una constitución que garantizara los derechos del hombre y del ciudadano. Aspectos tratados ampliamente en las investigaciones sobre su obra y pensamiento político.
Además de escribir otros papeles doctrinarios, como la introducción a su traducción de la Homilía del Cardenal Chiaramonti, Roscio se vinculó de nuevo con la administración de la república resucitada en Angostura al regresar a su patria en 1818, aceptando funciones en la Dirección General de Rentas, la edición y redacción del periódico Correo del Orinoco y, especialmente, la Vicepresidencia de la república. Entonces se convirtió en un aliado esencial del proyecto político impulsado por el Libertador para convertir a Venezuela, y luego a Colombia la “grande”, en un gobierno centralista.
Por otro lado, la extrema dedicación a los asuntos públicos y la honestidad de Roscio fueron claves para el afianzamiento institucional de la república, llegando a afirmarse sobre él que era un “Catón” sin república. Tan intenso era su compromiso que, enfermo y en riesgo mortal, igualmente decidió viajar a la Villa del Rosario para coordinar la apertura del primer Congreso de Colombia como su presidente. Allí acabó su vida y allí reposan sus restos hasta el día de hoy.
Bibliografía mínima
Directa
Roscio, Juan Germán. Obras Completas, Caracas, Publicaciones de la Secretaría General de la Décima Conferencia Interamericana, 1953, 3 volúmenes.
Roscio, Juan Germán, “Patriotismo de Nirgua y abuso de los reyes”, en Obras Completas, 1953, tomo II.
Roscio Juan Germán, El triunfo de la libertad sobre el despotismo, Caracas Biblioteca Ayacucho, 1996 (La primera edición se hizo en 1817 en Filadelfia).
Indirecta
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Saturno, Canelón, Miguel José Sanz, Caracas, Fundación Eugenio Mendoza, 1958.
Sobre el autor:
Luis Daniel Perrone. Licenciado en Ciencias Políticas y Administrativas (2006), Especialista en Derecho y Política Internacional (2011), Doctor en Ciencias Políticas (2019) por la Universidad Central de Venezuela. Profesor de pregrado y postgrado en la Universidad Central de Venezuela y en la Universidad Católica Andrés Bello.