Alfredo Boulton Pietri (Caracas, Venezuela, 16 de junio de 1908-Caracas, 27 de noviembre de 1995), hijo de John Boulton Rojas y Catalina Pietri Paúl, fue uno de los intelectuales, mecenas, crítico e investigador del arte y fotógrafo más prominente de Venezuela en el siglo XX. No fue un académico pero fue miembro de la Academia Nacional de la Historia. Escribió innumerable libros históricos y fotográficos, fue indudablemente líder del pensamiento y de la sensibilidad venezolana. Nacido de una familia de empresarios prósperos y exitosos, emprendedores en diversas áreas como aviación, metalúrgica, comercio de importación, exportación y distribución, agencia aduanal y naviera, cerámica, seguros de salud y muchas otras. Sin embargo, no fue la parte del emprendimiento económico lo que fundamentalmente le interesó, sino el arte (su padre fue un importante coleccionista de pintura impresionista y expresionista) hasta el pensamiento político (un gran amigo fue su primo Arturo Uslar Pietri) y, entre otros, por supuesto la fotografía, la gesta libertadora del siglo XIX, el arte indígena, la curiosidad del devenir, la belleza…
Esta faceta de su personalidad también fue familiar. Su tío abuelo era el sabio de la cultura Arístides Rojas y su tío paterno, Henry Lord Boulton Rojas, se interesó mucho por la astronomía, adquiriendo en 1880 (y luego donado al Estado en 1919) un sismógrafo y dos telescopios que dieron inicio al Observatorio Cagigal.
De los tantos libros, exposiciones, críticas de arte, mecenazgos, centros culturales, que escribió, inició, apadrinó Boulton, solo mencionaré unos pocos que mi memoria de juventud y quizás experiencia recuerde particularmente.
El libro La Margarita, escrito en los años cincuenta recoge no sólo la obra fotográfica de nuestro fotógrafo sino que además el texto es interesantísimo narrando la historia de la Isla, desde la presencia indígena, el arribo de los españoles, la colonia, la búsqueda de las perlas con el consiguiente maltrato para bucearlas y pescarlas, los líderes de la independencia allí combatiendo, el inicio de un temeroso turismo, la belleza de sus habitantes, mujeres y hombres. Las imágenes que allí publicó Alfredo Boulton dan fe del notable interés que despertó en nuestro personaje la cultura, historia y hermosura de la isla. Sus fotografías nos sumergen en una isla que ya casi no existe. Por supuesto, la economía del mar y lugar geográfico eran prioritarios. “Tierra mágica” la nombra en la introducción del libro y en la segunda edición, de 1981, menciona su preocupación por los cambios operados en este sitio y los personajes que la habitaron.
El amor que sintió Alfredo Boulton por esta isla lo hizo adquirir en Pampatar una vieja e importante casa colonial que restauró con dedicación junto a su amigo, Dick Becerra. Allí colocó quizás el primer Penetrable del país del artista Jesús Soto. Esta casa era el lugar de reunión de los amigos donde también su esposa Yolanda Delgado, cocinaba estupendas paellas. Entre ellos, Alexander Calder, la viuda de Julián Padrón, Alejandro Otero y tantos otros con quien no me tocó estar. Al fondo de la casa había una gran habitación donde, junto a mi prima Sylvia, recibíamos nuestras amistades. Alfredo preparaba entonces unos deliciosos cocktails que llamaba macanaos.
La historia independista venezolanana fue otro de sus principales intereses. Publicó varios libros, entre ellos El Rostro de Bolívar, Los Llanos de Páez… Adquirió para la Fundación John Boulton una colección de monedas antiguas que es quizás, junto a la del Banco Central, la colección numismática más completa e importante del país. De la producción de Los Llanos de Páez, me acuerdo de jovencita verlo organizar un carro-campamento con todos los materiales para sus fotografías, hasta baños campestres y móviles y sobretodo su entusiasmo por este viaje a los Llanos de Páez, junto a su esposa Yolanda y su amigo, Dick Becerra.
Creo que los Rostros de Bolívar es un compendio principal para conocer la iconografía de El Libertador, no solo a través de las pinturas sino también de las descripciones literarias de su semblante como la del General Daniel Florencio O’Leary. Los artistas que lo pintaron “al vivo” y como, a partir de estas pinturas, fue interpretado posteriormente en los dibujos, grabados, óleos, de Simón Bolívar. Los iniciantes de estos retratos fueron M.N. Bates, José Gil de Castro, el Anónimo de 1826, François Roulin, José María Espinoza, Antonio Meucci. Toda pintura tiene la impresión del artista y no se puede obviar que esta importantísima persona en la historia independista Latinoamericana, en sus retratos, aún en los captados al natural, el símbolo de su significado heroico no haya permeado el retrato. Sin embargo, fueron estos principales los que luego formaron los grupos de retratos más conocidos (A.B. menciona que contempló más de medio millar de estos). Este minucioso trabajo de investigación es para mí, más creíble y admirado que el que en estos últimos años se nos presentó.
El arte en todas sus expresiones fue una pasión para Boulton. Escribió tres tomos de la historia de la pintura venezolana, además de las investigaciones y publicaciones de muchos como Pissarro, Armando Reverón, Jesús Soto, Carlos Cruz Diez, Monasterios, Poleo, Cabré, Alejandro Otero, con quienes no solo fue mecenas de algunos sino trabó sólidas amistades. Luis Pérez Oramas en el libro Alfredo Boulton y sus contemporáneos (MOMA, 2008), reflexiona cómo el interés de Boulton sobre la peculiaridad artística del venezolano se encuentra en las obras de Reverón y de Bárbaro Rivas, pintor ingenuo, ambos reconocidos internacionalmente. Dice Pérez Oramas que es curioso que el primer ensayo escrito por Boulton fuese sobre Reverón y el último sobre Bárbaro Rivas, si se quiere ambos excluidos en su tiempo del ambiente formal del arte venezolano. Regresamos entonces a esta curiosidad de Boulton por el devenir y el reconocimiento artístico.
No solo fueron los artistas importantes del país los que atrapó la investigación pertinente de Boulton. La cultura en su amplio significado fue también su interés. Junto a Guillermo Meneses indagó fotográficamente en el barrio guaireño de Muchinga. Publicó El Arte del Guri (1988), para señalar la relación entre la importante e interesante arquitectura de una monumental represa, surgida de la naturaleza y de la fuente y cascada del río Caroní que la alimenta y las obras de Alejandro Otero y Carlos Cruz Diez que también son parte de ese importantísimo conjunto energético que alumbra a nosotros y también a otros. El arte en la cerámica indígena venezolana fue otro interés estético que lo atrapó, de hecho no solo la belleza en las cerámicas sino en otros objetos como cestería, figurines, etc.
Como fotógrafo expuso su obra en los principales museos del país y en otros lugares significativos como en París, Nueva York… Recibió el Premio Nacional de Fotografía en 1991 y el de Ensayo en 1971. Un texto suyo sobre fotografía, “Es un arte la fotografía?” se publicó por primera vez en la revista Shell (1952) y luego recientemente en España en una importante editorial sobre escritos internacionales de análisis teóricos de la fotografía. Allí Boulton señala que no es el medio lo que hace la obra de arte sino la sensibilidad y el oficio del operador, a través de un medio particular, para luego afirmar, “Pocas veces se ha logrado reseñar tan emocionadamente la vida humana como lo han hecho en este último medio siglo las imágenes que a diario vemos en periódicos y revista”.
Allí, pues, están los elementos principales de búsqueda de belleza, cultura, oficio, que hicieron de la obra, investigación, creación, emprendimiento de Alfredo Boulton algo único en el siglo XX de Venezuela.
Por María Teresa Boulton.
Si quieres leer más sobre Alfredo Boulton Pietri, te invitamos a leer un escrito previo de María Teresa Boulton para el diario web Prodavinci. Entra aquí para leerlo.